El campo de batalla

Casi una década de investigación directa en este sitio ha formalizado un registro relacionado con el campo de batalla de Baecula. En la actualidad tenemos registrados más de 13000 (9225, divididos en 86 categorías formales, en un área prospectada de más de 61 Ha), puntos, de los cuales, casi el 50% (15% aproximadamente, aunque depende de que definamos como de la batalla el porcentaje es menor) puede asociarse a la batalla, considerando además que partimos de un registro arqueológico alterado y modificado cualitativa y cuantitativamente desde el desenlace de la batalla. En efecto, el propio ejército romano se dedicó durante días a saquear los restos de la batalla, primero aquéllas piezas más valiosas y representativas (armas, monedas, joyas,..., de bronce, plata u oro) para luego pasar a rebuscar elementos metálicos fragmentarios y menos valiosos pero que podían ser reciclados y reutilizados por el ejército. Posteriormente, durante años, el sitio sería objeto de rebuscas por parte de quienes conociesen el desenlace de la batalla, fundamentalmente los habitantes de los asentamientos ibéricos vecinos. En un tiempo largo, los hallazgos casuales de agricultores o pastores en la zona habrían mermado paulatinamente los restos de la batalla hasta que, finalmente, ya a finales del siglo XX, los expoliadores con detectores de metales llegaron al sitio y asestaron un duro golpe a la zona, puesto que hicieron una búsqueda continuada e intensiva en el Cerro de las Albahacas. En suma, es gracias a un trabajo sistemático e intensivo que contamos con un registro arqueológico de calidad, parcializado pero que nos permite reconstruir el desenlace de la batalla gracias a los restos conservados.

Hablemos de cifras. Fernando Quesada ha considerado, a través de estimaciones basadas en las fuentes y al conocimiento de la estructura del ejército romano consular, que en la Batalla de Baecula podría estar integrado por unos 25000 efectivos, además de aliados y auxiliares. Frente a éste, el ejército cartaginés, cuya entidad es más difícil de establecer pero que se supone inferior al romano y que podría estar integrado por unos 20000 hombres. La suma de ambos bandos, así como la presencia de auxiliares, aliados, etc. nos sitúa ante un enfrentamiento en el que participarían más de 60000 personas, una masa humana considerable para su aprovisionamiento o el establecimiento de infraestructuras al respecto, que sin lugar a dudas supondría un notable impacto en el ámbito local del territorio.

Los muestreos arqueológicos de prospección superficial realizados en el campo de batalla nos permiten aproximarnos a sus dimensiones, siendo en la actualidad el único campo de batalla conocido arqueológicamente de la Segunda Guerra Púnica en todo el Mediterráneo de forma sistemática. La superficie que estimamos para el área del campo de batalla asciende a unas 500 has, de las cuales hemos analizado intensivamente algo más de un 13%, es decir, unas 61 ha, constituyendo uno de los muestreos de microprospección más extensos realizados hasta el momento en España. Todos los materiales asociados a la batalla indican que nos encontramos en un contexto de finales de la Segunda Guerra Púnica, a lo que debemos añadir la topografía del Cerro de las Albahacas coincide genéricamente con las descripciones de Polibio y Tito Livio.


Nuestro laboratorio metodológico avanza en el estudio de estos materiales y en la información que éstos aportan. Por ejemplo, la concentración de glandes de plomo nos indica la acción de los honderos de Las Baleares, citados por las fuentes romanas. Encontramos además varias concentraciones de los mismos en un eje más o menos central del campo de batalla con dirección sur-norte, lo cual nos indica el traslado de este tipo de tropas en el propio desarrollo de la batalla. Los honderos no estaban preparados para la lucha cuerpo a cuerpo con lo cual una vez realizadas varias lanzadas de balas de honda (glandes) se retiraban a ocupar otra posición que les permitiese volver a lanzarlas a una distancia de seguridad y efectiva para sus armas, respecto del ejército romano.

Además de glandes de plomo se han localizado otras evidencias de armamento: pila, veruta, hastae, restos de enmangues o de empuñaduras de armas, grilletes, fragmentos de ruedas de carro,...siendo coherente la escasa o nula presencia de otro tipo de elementos como cascos o espadas, los más buscados por los vencedores tras la batalla como hemos señalado anteriormente. Además se han localizado otras evidencias de impedimenta de los ejércitos: anillos, broches, restos de corazas, chisqueros, fíbulas, bullae... De cualquier modo, el análisis de su distribución en el campo de batalla nos permite avanzar sobre el desarrollo de la misma en tiempos muy cortos, es decir, por momentos en los que los ejércitos establecían los frentes, se desarrollaban los enfrentamientos y se producían movimientos de avance dentro del campo de batalla.

Son sintomáticos los análisis de materiales concretos, como por ejemplo, las monedas, las cuales no sólo nos aportan información precisa sobre su circulación en nuestra península sino aspectos más concretos relacionados con la propia batalla. Por ejemplo, el área de dispersión de moneda nos indica el área aproximada de extensión de la batalla, aquélla donde fue perdida, es decir, donde sus poseedores la perdieron debido a sus movimientos o a que fueron abatidos: la moneda determina, además, el espacio donde se produjeron bajas. Por otra parte, su análisis tipológico llama la atención sobre varios aspectos: escasez de moneda de plata (probablemente por las rebuscas y el efecto de los expoliadores), escasez de moneda romana, debido a que en este momento el ejército romano no trajo moneda a la península de forma significativa sino tan solo puntual y, finalmente, los análisis metalográficos y de isótopos de plomo, nos indican que la mayoría de las monedas hispano-cartaginesas localizadas proceden de las minas de Rio Tinto-Huelva, frente a las analíticas realizadas a varias monedas de Cástulo (posteriores a la batalla) que indican su procedencia de la zona minera de Linares-La Carolina.

Como hemos señalado en varias ocasiones, han sido otros materiales, más pequeños, humildes y desdeñados por los expolios, los que nos han aportado una información más precisa e instrumental sobre el desarrollo de la batalla. Se trata de los clavii caligae, los clavos de agarre de las sandalias de los legionarios romanos, las cuales portaban un número muy heterogéneo de tachuelas, desde las 'más de cincuenta' que estima F. Quesada a las setenta consideradas por M. Reddé. Su análisis -mediante muestreos de prospección- nos permitió desandar el camino desde el campo de batalla hasta el campamento romano de ataque, es decir, localizamos el campamento al seguir el camino del ejército romano a la inversa, desde el campo de batalla hasta el mismo; por otra parte, su frecuencia, es decir, el número de elementos por unidad de muestreo, nos indica con claridad los avances del ejército romano en el propio campo de batalla. Y, finalmente, articulando la información del modelo digital del terreno en el Sistema de Información Geográfica, con el itinerario arqueológico, podemos contrastar los denominados como 'caminos de menor coste' obtenidos de la información topográfica con el camino real usado por las tropas romanas, que, en líneas generales coinciden.


En conjunto de armas de Las Albahacas, por sí solo, tiene el importantísimo valor de que comienza a llenar el vacío sobre el conocimiento existente sobre el armamento y contextos bélicos y campamentales de la Segunda Guerra Púnica, confirmando que muchos tipos característicos de mediados del s. II a. C. ya existían muchas décadas antes. En combinación con los otros hallazgos (numismáticos, cerámicos, restos de estructuras excavadas...), el modelo de Las Albahacas multiplica su consistencia cronológica y tipológica, permitiendo plantear el problema del bagaje real portado por los ejércitos durante la Guerra de Aníbal.